Relato: La Historia de un Cirujano

13:03

Antonio se pasó el pañuelo por la cara. Suspiró. Miró a Andrea, le dio una sonrisa y sujetó su mano.

- Todo va a salir bien, mi amor. Tú vas a ver. Todo va a salir bien, mi vida...

Por un momento quiso llorar, pero contuvo las ganas. Buen muchacho. Debes ser fuerte frente a ella.

- ¿Sabes, mi vida? La gente no me quería creer. Pero voy a mostrarles lo equivocado que estaba. Y si algún día tengo un accidente... entonces quiero que tú me hagas lo mismo- La miró a la cara y apretó su mano con las dos suyas.

Sólo necesitaba tiempo. Tiempo.

Cuando la idea se le metió en la cabeza, siete años antes, la obtuvo casi por error. Se podría decir que así es que se descubren las grandes invenciones de la medicina. Las panaceas, a veces, son encontradas por personas que no querían la cosa. De hecho, los antídotos de muchos venenos son encontrados por error. También los químicos que terminan matando a las personas de las maneras más atroces. Pero, claro, esa es otra historia. La invención de Antonio iba a revolucionar la cirugía y la medicina del mundo.

Y no había manera de que se pudiese hacer para matar a alguien con eso.

- Dale gracias a Dios de que los fantasmas no existen- le había dicho Rodrigo – Estas personas vendrían a vengarse de ti-

- No, chamo- le contestó él – Ponte a ver. Les estoy dando la oportunidad a las personas de que vivan para siempre. No sólo revoluciono la cirugía, la medicina mundial... puedo ser el hombre más importante de la historia del mundo. Aquí. En Venezuela. ¿Puedes imaginarte la gran escena?- Rodrigo le miró con el entrecejo fruncido, se aclaró la garganta y se levantó de la mesa.

- No seas pendejo, Antonio, por favor- dijo – Esa vaina es una idea terrible. ¿A quién has salvado tú con eso?-

- ¿Te parece poco?- Antonio también se levantó – ¡La señora Uzcátegui! ¿Ah? Traumatismo craneal, múltiples heridas, esa mujer llegó más muerta que viva al hospital. Y se salvó por mí y mi invento. ¿Y el chamo que chocó en la cota mil? Casi lo recogen del pavimento con una espátula. Y a ese también lo salvé. Al policía que le dieron los tres tiros en la cabeza. Vivito está. Ustedes todavía esconden mi trabajo, hablan como si fuera algo... del diablo.

- ¡Muchacho!- dijo Rodrigo - ¡Tú sabes por qué esa vaina está mal, no te hagas!-

- ¡Rodrigo, por Dios, estamos salvando vidas que en otro momento se darían por perdidas!- Todos en el comedor se voltearon a verlos. Antonio casi sonríe, orgulloso por su invención.

- Baja la voz- murmuró Rodrigo haciéndole un gesto con la mano.

- Sí, disculpa... es que... coño, Rodrigo, tú eres mi pana, nos graduamos juntos. La Asociación Venezolana de Medicina echó para atrás mi proyecto, pero nosotros tenemos la oportunidad de continuar. ¿Qué tal si tú, tú mismo, Rodrigo, pasas por un accidente y te medio matas? ¿No quisieras tener una oportunidad más para vivir?- Rodrigo lo vio a los ojos por un par de segundos. Bajó la cabeza y recogió la bandeja con los restos de su comida. Ya no tenía hambre. Negó con la cabeza.

- No, Antonio. Así no-

- ¿Te acuerdas cuando nos vimos por primera vez, mi cielo?- Andrea movió su pupila visible hacia él. Parpadeó.

- Sí- dijo él, sonriendo – fue mágico, ¿verdad? Algo que nunca te había dicho es que, desde ese mismo momento, mi muñeca, sabía que ibas a ser para mí. ¿No te parece maravillosa cómo funciona la vida?- Andrea cerró el ojo con fuerza por varios segundos. Lo abrió, enfocándolo a él.

- Ya, ya, mi vida, ya va a pasar... vas a estar hermosa, vamos a volver a ir de vacaciones a Canaima. ¿Te acuerdas de Canaima? Era hermosa, a ti te gustaba. ¿Te acuerdas?- Andrea no respondió. Antonio se levantó de la silla y se quitó los guantes de látex. Los echó en el suelo. De espaldas a ella, se abrazó con fuerza y lloró, en voz baja, ella no se podía enterar. Tal vez desde esa distancia no lo veía bien. De todas maneras, es posible que el momento de la intervención sea un poco confuso y que, en el futuro, ella ni se acuerde de esto. “Ojalá”, pensó Antonio. No había perfeccionado muchas cosas del proceso.

- Doctor García- le dijo aquel miércoles por la mañana el presidente de la Asociación Venezolana de Medicina – Como comprenderá bien, no podemos permitir que usted continúe con sus trabajos. Puede seguir siendo médico.

- Pero... ¿Por qué no? Dios mío, ¿No se dan cuenta de que así reacciona la gente ante los inventos maravillosos? ¡Por favor, ayúdenme con esto!

- Mire, señor García. Las personas que pasan por sus métodos quirúrgicos se mueven, hablan y son conscientes, pero no presentan signos vitales. No podemos detectar pulso en ellos ni estamos seguros de que respiren...

- ¿Pero qué es eso en frente a la posibilidad de vivir para siempre? ¡Podemos lograr que toda la humanidad evolucione! ¡Desde aquí! ¡Desde Venezuela! ¿No tendríamos una razón para estar orgullosos otra vez?

- No.

Antonio creyó no escuchar bien. Esbozó una sonrisa.

- ¿Cómo dice?

- Que no. Sus pacientes, doctor García, desafían las reglas de la vida y la muerte.

- ¿Por qué demonios tienen que ser tan drásticos? Miren, señores... somos adultos. No podemos echar para atrás todo esto por... detalles. Claro, no está perfecto el proceso, pero ¿Qué son esos detalles en comparación con las posibilidades que...?

- ¡He dicho que no, doctor García! ¿No oye, acaso? ¡No, no, no!

Pero estaban equivocados. Siempre lo están. “¿Quién va a saber de mi trabajo más que yo?” había dicho Freud cuando criticaron el psicoanálisis. Si Andrea lo hubiese esperado, él la habría llevado del sambil a su casa. No se habría montado en ese estúpido taxi, confiando su vida a un perfecto desconocido para chocar en la estatua de la libertad de los choques. A ella quería salvarla. Al taxista no. Ese se puede morir, por estúpido. Toda esta era su maldita culpa.

Tal vez Antonio estuvo todo este tiempo en un error. Tal vez, si hubiese salido del laboratorio antes, en vez de estar teorizando sobre su procedimiento quirúrgico (que había bautizado “Operación García”, con mucha modestia), la hubiese llevado a su casa. La verdad es que no lo hizo y no lo hizo porque estaba molesto con ella. No vivían juntos, pero apenas se veían ahora que Antonio estaba trabajando en eso. Ella lo criticaba e incluso había llegado a ponerlo contra la espada y la pared. “Decide tú, esta relación ya no aguanta más. O es tu trabajo estúpido o soy yo”.

- ¡Coño, Andrea, no joda, no seas tan dramática!

- ¡No seas tan dramático tú! Ya no salimos, ya no hacemos nada juntos. Ni siquiera me dejas ver tus trabajos.

- Es porque no están listos para que los veas. Necesito que me comprendas, mi amor.

- ¡No te puedo comprender, Antonio, no te puedo comprender! Le dije a Eliana que no habíamos ido a su cumpleaños porque estabas enfermo. ¿Hasta cuándo coño voy a tener que dar explicaciones por ti, ah?

- Mira, mejor es que te calmes y bajes la voz, porque...

- ¿Por qué? ¿Me vas a terminar?

- ¡PORQUE SI SIGUES GRITANDO TE MATO, MALDITA PERRA ESTÚPIDA!- Andrea se quedó callada, pegada a la puerta del asiento.

- Se acabó- dijo ella pasado minutos de silencio – Se acabó.

- ¿Cómo que se acabó? ¿De qué estás hablando?

- De que se terminó lo nuestro. No quiero estar más contigo- Antonio apretó el volante con fuerza, hundiendo sus uñas en el material sintético.

- Andrea... cielo, no te pongas así...

- Antonio, no lo arregles.

- Perdí el control, ¿Ok? Lo acepto. Estoy bajo mucha presión y perdí el control. Lo lamento. Andrea, mi vida... no hagas esto- Antonio casi podía oír los dientes de Andrea temblando.

- Aquí no hay nada más que hablar. Se terminó. Además, no entras en razón. Sigue con tu trabajo y tu éxito, tus proyectos. Yo me voy.

- Andrea... Andrea, no. No me hagas enojar, Andrea... mira, no. Piénsalo mejor, ¿Sí? ¿No es mejor que lo pienses?

- No.

Antonio odiaba cuando alguien le decía “No”. Se daba cuenta ahora. Se mantuvo callado hasta llegar al sambil.

- Te pasó buscando- dijo.

- No, se terminó.

- Piénsalo, mi amor. Anda. Piénsalo.

Andrea cerró la puerta y se fue. Pero el que calla otorga, ¿No?

Y aquí estamos. Antonio se puso nuevos guantes de látex y cogió un bisturí de la mesita en su sala.

- ¿Sabes, Andrea? Ese día... no lo quise decir. Lo siento mucho. Es que... no sé qué pasó. Me puse como un estúpido y no te pude decir que todavía te amo mucho. Lo siento, lo siento. Pero bueno. No tienes que responder ahora. Te voy a sanar y vas a estar bien. Lo olvidaremos todo ¿Qué te parece?- Andrea parpadeó con fuerza. Antonio sonrió.

- Sí, mi vida, todo va a estar bien. Disculpa, no sé si te duele un poco esto. Es que... te aplicaría anestesia general, pero es mejor local, porque esto es una obra de arte, es... diferente a todo lo que se hacía antes y merece que el paciente lo vea. ¿No te parece?- Andrea tragó saliva.

- Sí, mi vida, así es- continuó – Así es... Cuando todo esto pase y tú y yo vayamos a Europa a codearnos con los mejores de la medicina mundial, te compraré un hermoso collar de perlas. Las más blancas para ti, que eres mi reina. Hasta harán una película de nosotros. No te preocupes, mi cielo, me encargaré de que no te interprete Jennifer López- Antonio sonrió y le agarró una mano.

- ¿Ah?- dijo - ¿Qué te parece eso? Preciosa... ¿Ves ahora lo maravilloso que es mi trabajo? ¿Lo comprendes ahora?- Andrea movió la cabeza un poco.

- ¡RESPONDE, MALDITA SEA!- Gritó Antonio.

Ni que hubiese querido hubiese podido responder. Una correa de cuero mantenía abierta su boca, pero la tapaba de manera de que no pudiese emitir sonido (como gritos de dolor y terror). Veía a Antonio con un solo ojo que podía cerrar haciendo mucha fuerza, porque estaba colgada de la cabeza con ganchos y, algunos de esos ganchos, atravesaban sus párpados. Antonio le había abierto el tórax y lo manipulaba, metiendo sus manos en ella, cortándola, suturándola. Cerca de ocho clavos habían penetrado su brazo derecho, manteniéndolo recto. Su otro brazo estaba suspendido por un enorme garfio en ese gigantesco cuelga-ropas del infierno. El proceso tenía varios defectos aún y la desfiguración total era colateral, pero la obra de Dios tampoco era perfecta. Andrea sentía que sus labios se iban a desprender de ella porque algunos de los pequeños garfios la mantenían suspendida por ellos. Ahí, colgada y escurriendo sangre, bajó la pupila hasta Antonio, por debajo de ella.

- No te preocupes, mi amor- dijo él- No tienes que responder, mejor- “Mátame, Antonio... Mátame”.

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